Mujeres en la literatura
El entorno social y cultural de las mujeres salvadoreñas a principios del siglo veinte se regía en su mayoría por la indiferencia sobre la necesidad de hacer de este sector de la población un actor social activo. A las mujeres, como era de esperarse, se les seguía consignando al espacio privado del hogar donde pudieran desenvolverse en su papel de madre y esposa. Esta ideología se revela tanto en la educación así como en los medios de comunicación y en la literatura escrita por miembros de ambos sexos. Las escritoras e intelectuales que proponían una agenda femenina más consecuente con la realidad cambiante de la época enfrentaron una serie de obstáculos para llegar a tener cierta visibilidad en la esfera cultural y social. No se podía hablar de feminismo pues el término equivalía a bancarrota familiar e inmoralidad. Fue necesario entonces buscar discursos alternativos para denunciar la opresión y discriminación de la mujer.
Al dar inicio el siglo veinte había pocas mujeres que se dedicaban al quehacer literario. Su acceso a la esfera cultural era doblemente difícil pues debido a su sexo se les inculcaba la vida doméstica y familiar en vez de los estudios académicos. En la sociedad de fin de siglo diecinueve siempre estuvo el quehacer cultural en manos de grupos élites como "La juventud salvadoreña" que se crearon precisamente para estimular las letras entre los jóvenes universitarios (Gallegos 1996: 62), lo cual excluye casi por completo a las mujeres, pues eran contadas las que en la época asistían a la universidad.
Publicar ha sido problema común tanto a hombres como a mujeres en el país, pues no siempre se ha contado con los recursos para fomentar el cultivo de las letras nacionales. Cuando los escritores lograban darse a conocer, solía ser a través de periódicos pero raramente por medio de un libro, a menos que se tratara de alguien con mayores recursos económicos. Este es precisamente el caso de Claudia Lars (1899-1974), la más destacada de las escritoras del siglo veinte.
La historia de la literatura universal está llena de personajes femeninos fascinantes. Forman parte de las sociedades en las que nacieron y traspasan fronteras culturales, temporales y lingüísticas.
Hasta finales del siglo XVIII, prácticamente (y con muy honrosas excepciones) no existían mujeres escritoras; o, si existían, no tenían suficiente visibilidad pública o no se conocen los textos que escribieron. Todo el ciclo relacionado con la literatura estaba en manos de hombres: la escritura, la edición, la publicación, la crítica literaria, la enseñanza de la literatura en la escuela y la academia, la transmisión de los modelos literarios.
Por tanto, la visión sobre la mujer que aparece en casi toda la literatura publicada hasta el siglo XIX es la que los hombres escritores ofrecen sobre ella. Es decir, el hombre es el sujeto de la representación (el que tiene voz, el que habla), y la mujer es el objeto: algo sobre lo que se habla, sin identidad propia.
A partir del siglo XIX, la sociedad y la cultura occidental viven un cambio de visión del mundo radical, uno de los más importantes de la historia de la civilización. Se toma conciencia de la individualidad de cada persona, de la libertad y del derecho a desarrollar su identidad de manera libre.
Los textos escritos por mujeres están llenos de referencias, realmente angustiosas, a la dicotomía a la que se ven abocadas entre el papel que la sociedad les ha asignado por ser mujeres y dedicarse a escribir.
Lamentablemente, al hablar de representantes literarios casi siempre se omiten los nombres de las escritoras salvadoreñas, dando preponderancia a los escritores. Sin embargo, nuestras narradoras, poetisas, ensayistas, dramaturgas han dejado un legado imposible de ocultar.
- Claudia Lars
- Mercedes Durand
- Matilde Elena López
- Claribel Alegría
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